El gol que renovó a Leo Messi

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Ernest Folch

Ernest Folch

Alas 22.34 de la noche del 8 de marzo Sergi Roberto alargó la pierna y con el 6 a 1 estalló el mundo en pedazos. Tres días después de la explosión, empezamos a reconstruir todas las piezas de un puzzle maravilloso que puede modificar infinidad de cosas. Una de las piezas separadas que merece analizarse con más detenimiento es la de Messi. Dejemos por un momento al héroe de la noche y giremos la cámara hacia Leo. Justo cuando entra la pelota, en la primera décima de segundo, justo cuando ya es consciente de que la pelota ha traspasado la línea de gol y que él y sus compañeros entran de golpe en la historia del deporte mundial, hace un leve golpe de cabeza hacia su izquierda, donde está el árbitro. Es una mirada supersónica solo para asegurarse de que el árbitro no anula el gol y de que la hazaña ya es real. Una vez certificado el milagro, toma una decisión, en la siguiente milésima, seguramente más impulsiva que premeditada, más intuitiva que buscada, más improvisada que calculada: en lugar de ir a abrazar a sus compañeros y de abrazarse a Neymar, Sergi Roberto o Piqué, en lugar de hacer lo que ha hecho siempre, cambia la dirección natural y sigue recto.

En el camino que escoge no hay nadie, porque se dispone a parir el gesto simbólico probablemente más importante de su carrera. Su mente se ha liberado, su cuerpo corre desatado para fundirse con la gente. Sí, aunque parezca increíble, Messi avanza hacia el público, en la zona de l’Espai d’Animació, y se sube a una valla para abrazarse no a nadie en concreto, no a un compañero, sino a la grada entera. Es el momento exacto en que Leo se funde con el barcelonismo. Por primera vez desde que es jugador del Barça Leo necesita el abrazo de su público y durante unos segundos se produce una comunión mística entre los culés y él, como se refleja en una secuencia que tres días después del partido es ya un símbolo de la historia del Barça. En aquel preciso instante, Messi tiene el rostro desencajado y da la sensación de que él, que le ha dado todo a este club, siente la necesidad de darle en aquel momento las gracias a la afición, que ha sido clave para conseguir lo imposible. Todo lo que sucede en aquellos segundos es instintivo pero no es casual. Porque una celebración como la de Messi ante el PSG solo es posible en un jugador que siente los colores, que quiere al escudo y que sabe que aquella, y no otra, es su afición. Y es legítimo interpretar el gesto de Messi como la renovación de su contrato con el Barça. Porque nadie se va de un sitio donde te quieren y al que tú quieres sin límites. La estampa de Messi subido a lomos de la ‘gent blaugrana’ es la forma que él encontró de decirle a la gente: sí, me quedo. Cuando dos se quieren y se respetan, no hacen falta los contratos. Tras el gol de Sergi Roberto, Messi decidió estampar su firma en el corazón de todos los culés.