El eslabón más débil de la cadena

Luis Enrique, en el Camp Nou

Luis Enrique, en el Camp Nou / sport

Lluís Mascaró

Lluís Mascaró

Un importante ex dirigente del Barça siempre me dice que los entrenadores son un mal necesario en el fútbol. Su teoría es que están porque deben estar. Pero que ni importan ni interesan. Que los que de verdad mandan son los jugadores. Que, al fin y al cabo, son los que ganan los partidos. Los técnicos, como mucho, pueden perderlos. Es, sin duda, una visión muy particular de este, insisto, muy importante ex dirigente blaugrana, que vio pasar durante su larga etapa en el club a muchos entrenadores. Todos acabaron, de una u otra manera, destituidos. Como lo acaba de ser Ranieri en el Leicester, solo nueve meses después de hacer historia y ganar la Premier.

El entrenador siempre es el eslabón más débil en la cadena del fútbol. Todavía no he visto, en más de 30 años de periodismo deportivo, a ningún presidente cargarse a diez futbolistas en lugar de echar al técnico. Pero sí he visto a vestuarios enteros haciéndole la cama al entrenador de turno para forzar su despido. La dictadura del futbolista se ha impuesto siempre. Con el beneplácito de dirigentes débiles que temen las amenazas de estrellas y estrellitas. El entrenador está siempre solo ante el peligro. Aunque se rodee de media docena de ayudantes. Está solo. Contra todos. Muchas veces, incluso, contra sus propios jugadores.

Ranieri ha sido la última (por el momento) víctima de esta dictadura de los futbolistas que se creen dioses. Que se sienten dioses. Porque entre todos les hemos convertido en dioses. Y piensan que están por encima del bien y del mal. Futbolistas que se agarran a teorías como la de este ex dirigente blaugrana que está convencido de que los entrenadores no sirven para nada. Cuando, en realidad, hay técnicos que hacen milagros. Como el que hizo Ranieri en el Leicester. O como los que hizo Guardiola en el mejor Barça de la historia.