El complejo de inferioridad del Atlético

Los jugadores del Atlético, tras recibir el tercer gol del Real Madrid

Los jugadores del Atlético, tras recibir el tercer gol del Real Madrid / AFP.

Ernest Folch

Ernest Folch

A pesar de la fanfarria que nos anunciaba un duelo entre titanes, no hubo partido de ida y probablemente no hará falta ni el de vuelta. El Atlético ni siquiera compareció en el Bernabeu, porque no solo fue inferior sino que sobre todo se sintió inferior. El conjunto de Simeone salió rendido y se fue empequeñeciendo a cada estocada de un gran Cristiano, hasta que terminó el partido ahogado en un auténtico naufragio impropio de una semifinales de Champions. La literatura previa nos advertía de que había llegado la hora del Atlético y de que a la tercera tenía que ser la vencida. Pero el fútbol no es voluntarista ni entiende de refranes. En realidad, en el Bernabeu asistimos ayer a una película ya vista muchas veces, a un ritual muy viejo, que no fue nada más que el eterno complejo de inferioridad colchonero frente a su hermano mayor el Real Madrid. Se pueden encontrar muchas lecturas futbolísticas, desde los suplentes del Madrid que tiran del carro hasta la proverbial pegada blanca, personificada en Cristiano. Pero la corriente profunda que dominó el encuentro tuvo más que ver con el psicoanalisis que con cualquier otro planteamiento. En la Champions, el torneo donde se consagra a los campeones, el Atlético sigue siendo incapaz de matar definitivamente al padre, y a las dos últimas finales malogradas, hay que sumarle ahora el estrepitoso fracaso de ayer. Simeone ha logrado subir el nivel rojiblanco y lo ha convertido en un equipo extraordinariamente competitivo con un presupuesto muy inferior al de los equipos grandes. Pero le queda una asignatura pendiente, que es despojar a su equipo del complejo de inferioridad atávico respecto a su rival vecino. La peor noticia para el Atlético, y también para el Barça, es que ayer el Madrid ni siquiera tuvo el desgaste prometido y no solo tiene un pie y medio en Cardiff sino que encima ni se ha despeinado.