TRES SEGUNDOS

Lance Armstrong y el cinismo

Manuel Moreno

Bajado del olimpo de los dioses deportivos por la agencia antidopaje estadounidense, hace ya unas semanas que se abrió la veda contra Lance Armstrong. La carrera se ha centrado en ver quién reemplazaba con mayor rotundidad las loas dedicadas al siete veces ganador del Tour por insultos para el protagonista de la mayor trama de dopaje de toda la historia del deporte mundial. Patrocinadores, que no tuvieron ningún reparo en beneficiarse de su imagen; dirigentes deportivos, que conocen todas las interioridades; políticos, que buscaban desesperadamente una foto, y, por supuesto, unos medios de comunicación capaces de rasgarnos las vestiduras tras fomentar el propio desgarro hemos competido en ver quién atizaba con mayor saña al ídolo caído. Solo queda por pronunciarse la UCI, que lo hará hoy, para completar los mil latigazos que debe recibir Armstrong.

Latigazos, posiblemente, más que merecidos. Armstrong pudo hacer trampas en una época ¿más adelante sabremos lo que sucede ahora¿ en la que las trampas eran habituales y ante las que todos ¿incluyendo los críticos de ahora¿ cerraron los ojos. El doping en el ciclismo es el mejor ejemplo del cinismo del deporte. Queremos un Tour con un Tourmalet diario, buscamos montañas inéditas ¿en muchos casos más acordes a la escalada¿ para la Vuelta y exigimos que los ciclistas nos den un espectáculo parecido al de los gladiadores en el circo romano. Nos gusta el morbo, imágenes en la llegada como las que ofrecieron las televisiones en la última ronda española, las espectaculares `pájaras¿ en las que el sufrimiento sale por los ojos. ¡Y exigimos que afronten todo ello a base de yogurt!

Cuando nos colocan delante la lógica verdad, hacemos todos el papel de indignados y hasta de inquisidores. Pero solo unos días. Luego volveremos a exigir gladiadores que superen los límites humanos. Cerrando, de nuevo los ojos. Y así hasta la próxima.