Urdangarín y la camiseta de la vergüenza

Lluís Mascaró

EL AYUNTAMIENTO de Palma de Mallorca aprobó la semana pasada retirar el nombre `Duques de Palma¿ con el que había bautizado anteriormente la calle conocida como La Rambla. El consistorio tomó la decisión por la "conducta poco ejemplar hacia el título y el nombre de la ciudad" de Iñaki Urdangarín. Pocos días antes se había filtrado un correo electrónico que Urdangarín había firmado como el "duque em...PALMA...do". Está claro que el ayuntamiento de la capital balear no quiere que se le relacione más con el esposo de la Infanta Cristina, acusado de malversación de caudales públicos, prevaricación, fraude y falsedad documental por el `Caso Nóos¿. Urdangarín, que ayer intercedió un recurso ante la fianza de 8,1 millones de euros que le solicita el juez Castro porque se vería abocado a un "injusto empobrecimiento", ya no es aquel simpático y popular yerno del Rey, sino un imputado por corrupción, la vergüenza de moda en todo el país.

Una vergüenza que sigue exhibiéndose en el Palau Blaugrana. Sí. La camiseta de Urdangarín se mantiene colgada en el pabellón barcelonista al lado de las de otros mitos del balonmano culé como Grau, Sagalés, Masip (por cierto, recientemente despedido del club), O¿Callaghan o Barrufet. La junta directiva se ha resistido, en los últimos años, a quitar la camiseta de Urdangarín, alegando siempre la presunción de inocencia. Yo creo que, en estos momentos, no hay nadie en España que dude de la culpabilidad del Duque de Palma. Ni siquiera la Casa Real, que le apartó hace meses de los actos oficiales (y le expulsó de su página web) por su comportamiento poco ejemplar. Ha llegado el momento de que Sandro Rosell dé un paso al frente (aunque sean los socios en asamblea los que deben pedirlo) y descuelgue a Urdangarín de ese sitio de honor del que no es digno. Nadie cuestiona los méritos balonmanísticos del que fuera capitán del Dream Team. Pero su caso ha trascendido lo estrictamente deportivo para convertirse en un escándolo moral. Hay que intervenir. Y echarlo también de la Fundació.