Premier League

Guardiola-Mourinho: Dioses y monstruos

 Su penúltimo duelo será en suelo inglés pero, en el fondo, se vivirá con redoblada intensidad y expectación, como extensión del clásico de la Liga

Mourinho y Guardiola, en una viñeta

Mourinho y Guardiola, las dos caras del fútbol, coincidirán en la misma ciudad / sport

Rubén Uría

Guardiola es el heredero del cruyffismo, el mago que sublimó la fórmula, perfeccionó sus esencias y exportó sus arcanos. Entiende el fútbol como una coreografía, extiende cheques que su atrevimiento puede pagar y comienza sus partidos en los rondos, el centro neurálgico de sus enciclopedias. Prefiere fabricar Balones de Oro antes que comprarlos y escoge morir atacando antes que sobrevivir defendiendo. Orgulloso de su sentimiento de país, embajador de catalanidad, elegante, autodidacta, y defensor de sus jugadores, Guardiola desprende un halo de santidad que levanta admiración entre sus partidarios y rencor entre sus detractores. No hay término medio con Pep. Los que lo aceptan se rinden ante un maestro, un ejemplo y un líder. Los que lo odian ven un zen de todo a cien, un falso humilde y un enemigo de esa España que, por lo visto, siempre se rompe. Más allá de afectos y desafectos, Guardiola logró invertir el ciclo ganador de nuestro fútbol, consiguiendo que el Barça pasase de segundón a campeón y el Madrid, de campeón, a segundón. Con ojos culés, representa una gesta memorable; con óptica merengue, es un tipo que cometió un pecado imperdonable y merece ser quemado en la hoguera.  

 José Mourinho es el heredero de Helenio Herrera, un escapista que soluciona problemas al mismo tiempo que los crea, que colecciona títulos y jaleos, y que exporta guerra allí donde se necesiten soldados de fortuna. Entiende el fútbol como una guerra, extiende cheques que su palmarés puede pagar y comienza sus partidos en la sala de prensa, el centro neurálgico de sus homilías. Prefiere comprar Balones de Oro antes que fabricarlos y escoge sobrevivir defendiendo antes que morir atacando. Orgulloso de su país, embajador de sí mismo, provocador, lenguaraz y dueño de un ejército de pretorianos, desprende un aroma a liderazgo que, además de generar adhesiones inquebrantables entre sus partisanos, genera el rechazo de sus detractores. No hay término medio con Mou. Con él o contra él. Quien le admira visualiza un estratega, un motivador y un líder sincero. Los que lo odian ven un bufón histriónico, que va con los tacos por delante, que tiene alma de pendenciero y gusto por la conspiración. Más allá de afectos y desafectos, Mou combatió la hegemonía del Barça de Pep, negándose a comulgar con un ese pensamiento único que cree que el buen fútbol se mide por la posesión.  A ojos culés, una afrenta imperdonable. Desde la óptica madridista, resistencia heroica ante el imperio de Messi. 

Guardiola seduce, Mourinho ordena. Uno propone, el otro dispone. Para el primero, ganar es importante, pero no es lo único. Para el segundo, ganar no es importante, es lo único. Guardiola disfruta del viaje a Itaca, Mourinho goza matando a Polifemo. Pep quiere dejar un legado, Mou su huella. Uno busca fundar pequeñas sucursales de La Masia, en forma de Alejandrías, allí donde pueda aprender más. El otro busca fundar pequeñas repúblicas independientes, en forma de barrios de Esparta, allí donde le paguen bien. Polos opuestos que, en el fondo, se atraen. Las olas del fútbol de Guardiola bañan las playas del de Mourinho, y el oleaje de Mou choca con el rompeolas de Pep. Tan cerca y a la vez tan lejos, su batalla por la supremacía forma parte de una relación estrecha e íntima, donde no se comprende la existencia de uno sin el otro. En su afán de superación, en su desafío constante, ambos se retroalimentan. Pep hace mejor a José y Mou, a Guardiola. Dioses y monstruos.

Queridos u odiados, según colores y banderas, según filias y fobias, Guardiola y Mourinho están condenados a una batalla eterna. Lo suyo es una saga de desafecto confeso, cuya última entrega se producirá en un escenario fastuoso, la Premier. City frente a United. Vecino contra vecino. Codo con codo, pared contra pared. Ambos tendrán licencia para gastar y pelearán por la hegemonía del campeonato del dinero. Está por ver cuál de los dos genios será Napoleón, cual sufrirá su primer Waterloo la próxima temporada y quién de ambos acabará sus días confinado en Elba. Su nueva batalla dejará heridos y secuelas, dejará un terrible desgaste, un reguero de polémicas y a buen seguro, una estela de títulos. Gane quien gane, no habrá tregua, ni se concederá. Y por supuesto, entre las prietas filas de guardiolistas y mourinhistas, pase lo que pase, no habrá traidores a la patria. 

Mourinho perderá o ganará, pero seguirá siendo Satanás para los culés. Pep Guardiola ganará o perderá, pero seguirá siendo el anticristo para los madridistas. Su penúltimo duelo será en suelo inglés pero, en el fondo, se vivirá con redoblada intensidad y expectación, como extensión del clásico de la Liga. Si no existiera esta rivalidad entre, alguien tendría que inventarla.