palabra de director

Un partido, dos ideologías

Guardiola no fue capaz de batir al Atlético de Simeone

Guardiola no fue capaz de batir al Atlético de Simeone / sport

ERNEST FOLCH

Mentira, ayer no jugó el Bayern contra el Atlético, sino una ideología contra su contraria. Porque lo que se discutía anoche era el duelo entre la revolución de Guardiola y la de Simeone. Fue un partido descomunal y eminentemente ideológico, con dos concepciones del fútbol opuestas frente a frente, que transformaron un partido de fútbol en un fenomenal choque de trenes. Desde el principio aparecieron los dos idearios en todo su esplendor: Pep se lanzó a por el partido con todos los marcadores, fuera el 0 a 0, el 1 a 0 o el 1 a 1, fiel a su visión romántica, y si murió fue justamente por su idealismo radical, porque decidió tirarse al cuello de su rival con un suficiente 1 a 0 a favor y más de media hora de partido por delante. Enfrente,  el viejo lobo de Simeone le estaba esperando en su guarida, atento al momento preciso en el que podía clavar la picada mortal a su rival. El Bayern se dejó ir un instante, el tiempo justo para una conexión Torres-Griezmann, que el extraordinario jugador francés no desaprovechó. El partido enseñó lo mejor del Cholo, su instinto brutal para leer las debilidades ajenas, transmitir una capacidad sobrenatural de supervivencia a sus jugadores y encontrar la vía precisa para despedazar al rival. Pero apareció también el cholismo, este subgénero que consiste en perder tiempo, empujar al delegado de campo o cualquier otro truco para llevarse el gato al agua. A Pep le tocará aguantar ahora el chaparrón de oportunistas que vendrán a reprocharle el resultado, pero hizo el planteamiento adecuado para ganar la eliminatoria: tiene el honor de haber sido el primero en crear un alud de ocasiones al equipo más rocoso que se recuerda. Cierto, el Bayern fue muy ingenuo, pero no lo fue menos que aquel Barça que quedó injustamente eliminado por el Chelsea en aquella aciaga semifinal de Champions. La propuesta de Guardiola fue otra vez una locura insensata, porque se abalanzó sobre el área rival cuando todos los cánones del fútbol reclamaban templanza y serenidad. En la derrota es cuando las ideas son difíciles de defender porque es cuando acechan los críticos, pero Pep puede estar tranquilo porque murió con las botas puestas, fiel a sí mismo y disputando la eliminatoria hasta el último segundo.