La pañolada

Un paraguas llamado Zubi

Zubizarreta, en el aeropuerto

Zubizarreta, en una imagen de archivo / I. Paredes

Ernest Folch

Permítanme una confesión poco popular: Zubi me cae bien. Es elegante y educado, y aunque casi nunca puede decir nada relevante, se expresa con corrección e inteligencia. Da siempre la cara, incluso cuando no le toca, y acepta las críticas con una deportividad que ya quisieran para si muchos políticos. Pero sus virtudes personales no le eximen de sus errores. Cierto, su cruz ha sido el vodevil de los centrales, que ha culminado con el esperpento de Vermaelen. Sus dos grandes estrellas (Neymar y Suárez) son el fichaje de la portera, negociados a precios estratosféricos. Su gran mérito fue proponer a Tito pero se dejó humillar por Rosell cuando éste impuso al Tata. Y su gran defecto, muy poco señalado, es haber creído siempre más en los de fuera que en los de dentro: se le escapó Thiago de manera imperdonable, y muchos de los que han venido no sabemos todavía en que mejoran los Masip, Bartra, Samper o Deulofeu. En resumen, mucho talonario y poca Masia. Sin embargo, y para entender el chaparrrón que le ha caído encima, hay que remontarse una vez más a los orígenes. Y es que en realidad Zubi entró con mal pie, sin que nadie entendiera por qué se había prescindido del anterior secretario técnico que, también con sus errores, había ayudado a construir un proyecto histórico, creía sin fisuras en el modelo y se llevaba perfectamente con Guardiola. Echamos la vista atrás y surge una pregunta misteriosa: ¿por qué diablos se prescindió de Txiki? La respuesta es inconfesable. Entonces, el nuevo régimen lo fiaba todo a una purga ideológica sin precedentes, y Txiki había cometido el delito de ser... cruyffista. Con el tiempo aquella trampa inicial se ha convertido en una emboscada. Zubi es hoy el mártir de una junta débil que trata de llegar al 2016 sin refrendarse en las urnas. No es, como se dice, el blanco ideal para los que disparan desde fuera sino el paraguas perfecto para los que quieren salvarse desde dentro. No confundamos los responsables.