Palabra de director

Johan Cruyff no ha muerto

Cruyff falleció a los 68 años

Cruyff falleció a los 68 años / sport

Ernest Folch

No, Johan Cruyff no ha muerto. Nos dirán que se ha ido, pero es mentira. Johan es desde ayer eterno. Ayer sencillamente se fue físicamente: se fue para siempre su mirada azul tan inteligente que de hecho nunca fue de este mundo. El día que su alma escogió para abandonar el cuerpo fue un Jueves Santo, quizás porque Cruyff y su doctrina sagrada ya hacía mucho tiempo que estaban más cerca del cielo que de la tierra. En la religión azulgrana, él fue el creador de los mandamientos del juego, que siguen presidiendo cada una de las victorias del Barça, desde los Alevines hasta el Tridente, y así debe ser hasta el fin de los tiempos. Por eso nada podrá igualar la profunda conmoción que ha causado la muerte de este genio holandés, que fue en su día el jugador más alegre y creativo que había visto el mundo para terminar siendo un revolucionario que transformó el Barça y el fútbol en general. 

Su legado es tan imponente que trasciende el deporte, y su fuerza transformadora es de tal magnitud que sin su filosofía no se entenderían muchas de las cosas que han sucedido en nuestra sociedad en los últimos años. Y es que Cruyff nunca se interesó por las pequeñeces y se ocupó solamente de asuntos importantes. Su bendita revolución fue posible por ideas aparentemente sencillas pero en realidad diabólicamente complejas de ejecutar: se ocupó esencialmente de inyectar alegría, confianza y carácter ganador en un club entonces deprimente, tanto el que vivió como jugador, como el que heredó como entrenador. La primera vez, en 1973, llegó como jugador a un club en plena dictadura, cuando se gritaba “Visca el Barça” porque estaba prohibido decir “Visca Catalunya”. Llegó con la Liga empezada, y consiguió con una naturalidad insultante ganar una competición que se le negaba al Barça desde tiempos inmemoriales, algo que por aquel entonces era lo que más se asemejaba a subir al cielo. La segunda vez, 15 años más tarde, aterrizó como técnico en un club deprimido y deprimente y en plena edad de las tinieblas refundó el juego con una máxima: quedarse la pelota. 

Y desde entonces, el Barça lleva 28 años seguidos con la misma pelota, y no hay nadie que haya sido capaz de quitársela. Porque en realidad más que del Barça la pelota ha sido de Johan, que ahora la seguirá custodiando desde el más allá. Sí, estos rondos estratosféricos de más de 50 pases que hipnotizan al rival, los pases que trazaron Guardiola y Xavi, las diagonales de Messi, la inteligencia de Busquets, y todo lo que nos ha fascinado desde hace casi tres décadas, no es sino fruto de la imaginación colosal de este genio, que ya había pensado previamente todo lo que después hemos vivido. Porque el legado de Johan Cruyff no es ninguno de sus increíbles driblings, ni el gol imposible de la espuela, ni su elegancia etérea que más que jugada parecía bailada. No, su legado no tiene rastro, ni se ha grabado, y es posible que ni siquiera pueda explicarse: por no ser no es ni verbo. Lo que deja Cruyff al Barça y al mundo es, sencillamente, una idea. No busquen pruebas, no busquen imágenes: el santo grial cruyffista es una pura obra intelectual, obra de una mente maravillosa, que impregna, como una lluvia fina, todas las capas del Barça, del fútbol y de la sociedad en general. Y como sucede con los oráculos, deberá ser interpretada por sus discípulos en la tierra, que tienen la enorme responsabilidad de continuar su obra imperecedera. 

Porque, una vez administrado este dolor insoportable que embarga a todo el barcelonismo, habrá que dar respuesta a la gran pregunta: ¿cómo se administrará el legado de Johan Cruyff? No basta con llorar, habrá que asumir compromisos. Por eso el club y su junta directiva tiene a partir de este momento un reto descomunal: tendrá que garantizarse que sus ideas se respetarán, algo que no se hizo cuando se le retiró vergonzosamente la presidencia de honor. Y tendrá que asegurarse que sus mandamientos se cumplen, en la victoria o en la derrota, sin caer en tentaciones resultadistas. Porque el título más importante que ha ganado el Barça en los últimos años no es todo este ramillete impresionante de Champions y Ligas, sino una idea que lo ha hecho diferente a todos los equipos del planeta. La victoria no nos ha hecho distintos, sino al revés: hemos ganado porque éramos diferentes. Por eso habrá que preservar la ideología, como única garantía para asegurar los títulos y la identidad azulgrana, y habrá que hacerlo con la misma desesperación y fe con la que aquellos homínidos guardaban una llama en una urna en la película ‘En busca del fuego’. La revolución no sólo debe ser celebrada. Debe ser continuada, y si cabe, como han hecho sus fieles, debe ser evolucionada. Pero nunca puede ser traicionada. Y no hagan caso de estas milongas que les cuentan desde ayer. No, Johan Cruyff no ha muerto. Vive, en el Barça, para siempre.