LA PAÑOLADA

Elogio de Pedro

Pedro Rodríguez durante el partido de pretemporada entre el FC Barcelona y el Manchester United

Pedro Rodríguez durante el partido de pretemporada entre el FC Barcelona y el Manchester United / sport

Ernest Folch

En el fútbol, como en la vida, hay vida más allá de las estrellas. Un ecosistema que funcione no puede nutrirse solo de Messis, Neymars y Suárez, si es que se aspira a algo más que construir los Barça Globertrotters. La arquitectura de un equipo necesita también de actores secundarios que paradójicamente aspiran a dejar de serlo pero que al mismo tiempo aceptan serlo a pesar de no haberlo sido en un pasado más o menos reciente. El caso paradigmático de este tipo de jugador tan necesario como poco mediático es el de Pedro, que parece que tiene un pie fuera. Estos días hay reacciones sorprendentes, como la de estos aficionados que dan el visto bueno a la operación de venta de Pedro como si fueran ellos mismos los que cobrarán esos 25 millones, quizás influidos por esta máxima que hay que vender todo lo que no brilla. La supuesta venta de Pedro, a punto de producirse bajo un calor sofocante que todo lo disimula, es mucho más peligrosa de lo que parece: el Barça se desprendería de otro activo fabricado, promocionado y desarrollado en su propia factoría, renuncia a un suplente que aceptaría serlo y deja escapar un jugador que con su humildad equilibra el necesario ego de las otras estrellas. Cierto, el tridente mágico mejora desde cualquier punto de vista las prestaciones que ofrecía Pedro cuando era titular, ¿pero no valdría la pena convencerle de ser importante y trascendente en su nuevo rol de suplente? ¿Quién hará esta nueva función? ¿Y cuánto vale ir a buscar al mercado un Pedro que hemos producido nosotros mismos? El problema de Pedro es exactamente su virtud, es decir, su invisibilidad. Es un jugador tan sencillo que parece que no está y, confundidos por este espejismo, hay quien cree que es mejor que no esté. Si se va, nadie lo echará en falta el primer día. Ni el tercero. Ni el décimo. Pero en el momento más impensado se le echará de menos cuando ya sea demasiado tarde. Que la luz de las estrellas no nos ciegue.