PALABRA DE DIRECTOR

El cholismo azulgrana

Simeone, dando instrucciones durante el partido

Simeone, dando instrucciones durante el partido / sport

ERNEST FOLCH

Es difícil ver en tan pocas horas dos partidos tan opuestos. El Bayern-Atlético del martes fue el partido del año, una gran final anticipada con dos equipos llevando al límite su propio plan. A sus antípodas, el Madrid-City fue un choque cualquiera, impropio de unas semifinales de la Champions, que merecería un estudio científico específico por ser el primer partido de este nivel donde no sucede absolutamente nada. Sin embargo, la clasificación del equipo de Zidane para la final de la Champions, por muy vulgar que sea, es la mayor amenaza emocional que tiene ahora mismo el Barça, puesto que la eventual conquista de la undécima enfriaría terriblemente la euforia de otro eventual doblete barcelonista. El City fue un rival inodoro e incoloro, sin alma, sin ideas y sin entrenador, y queda la duda de si podría ni siquiera clasificarse para disputar la Europa League en caso de que compitiese en la Liga española. Pero la realidad es como es, no como queremos que sea. Y si queremos engañarnos, podemos jugar a la ficción de que la temporada del Barça es una burbuja aislada, que solo se valora por sí misma: todos sabemos que esto es falso, puesto que el balance definitivo de lo que le sucede al Barça se toma también en función de lo que le haya sucedido al Madrid, y viceversa. Es por eso que el Cholo, paradójicamente, se ha convertido en la última esperanza del barcelonismo para conseguir una temporada aseada. Sí, aunque parezca mentira, el Barça tiene que encomendarse ahora al ‘cholismo’, así de cruel es a veces el guionista perverso del fútbol. Que se haya llegado a este punto ejemplifica muy bien la zona de nadie en que se encuentra hoy el Barça, a medio camino entre lo que todavía no ha ganado y lo que el Madrid no debe ganar. El fútbol no conoce la justicia, pero si lo hiciera, en la final de Milán premiaría al Atlético, que para llegar a ella ha tenido que eliminar a los mejores equipos. En contraposición, el Madrid se planta en la final de Milán envuelto de un misterio insondable: no ha tenido que medirse a nadie y ni siquiera sabemos cómo está. La necesidad obliga a una extraña mutación: el ‘cholismo’ será también azulgrana, aunque sea solo durante 90 minutos.