SOBRE EL TERRENO

Luis Enrique y su psicólogo

Luis Enrique junto a Alves y Vermaelen en un entrenamiento

Luis Enrique junto a Alves y Vermaelen en un entrenamiento / sport

Emilio Pérez de Rozas

Al abuelo José Manuel Lázaro, al que se le cae la baba al cambiar los pañales de su preciosa nieta recién nacida, le cambió ayer la cara cuando, en varios momentos de la conferencia de prensa de Luis Enrique, tuvo la sensación de que el técnico se encontraba tan cómodo, tanto, que hasta esbozó una sonrisa. ¡Pero una sonrisa auténtica!, no de esas que venía mostrando desde que se hizo cargo del Barça y que tenían más de “¡vaya preguntita!” que de verdadera alegría.

Así como papá decía que todo el mundo debería de tener un vídeo de su vida, de lo que fue su vida, de lo que es su vida, para visionarla de vez en cuando y no atreverse a repetir los errores pasados, Luis Enrique haría bien en repasar el video de su conferencia de prensa de ayer que fue ¡por fin! fluida, sensible, de buen rollo, con puntitos de complicidad y todo.

Uno tiene la sensación (igual pecó de tonto o atrevido, o de las dos cosas a la vez) que cuando Luis Enrique dijo, nada más llegar al Barça, que el psicólogo que traía en su equipo técnico era para él, se refería a solucionar lo que llevaba camino de convertirse en su primer peligro de muerte: su extraña, rara, insensible, descarada y atrevida forma de afrontar las conferencias de prensa, tanto las previas como las posteriores a los partidos, que el asturiano decidió resolver, solventar, liquidar sería el término más adecuado, con frases cortas, poco explicativas y, sobre todo, lanzadas como si fuesen dardos hacia la platea llenada de periodistas.

Sabido, y ustedes lo saben porque lo he escrito aquí mismo, que no comparto ni el 50% de las preguntas y, sobre todo el estilo de hacerlas, de un montón de colegas, pero la actitud de Luis Enrique no tenía sentido y le perjudicaba, única y exclusivamente a él. Lo visto ayer significa que el ‘míster’ ha decidido rectificar o intentar una nueva vía. Y eso fue lo que hizo sonreir a Lázaro, que anoche no solo vio la sonrisa de su nieta antes de irse a la cama sino recordó la de su entrenador. Y durmió a pierna suelta.