SOBRE EL TERRENO

Barcelona 92, en efecto, los mejores Juegos Olímpicos

Los Juegos de Barcelona tuvieron momentos inolvidables

Los Juegos de Barcelona tuvieron momentos inolvidables / sport

Emilio Pérez de Rozas

Me veo con mi amigo Josep Miquel Abad antes de separarnos unos días para irnos de vacaciones. No muchos. Y hablamos de nuestros Juegos. Los del 92, claro. Pero no de Río, aunque parece que sí, pero no. “El 92 lo tengo todo tan a flor de piel, tan en la epidermis de mi mente, que solo hay que rascar un poquito para que brote la emoción, la complicidad, el roce, el cariño, que fue la mejor arma y el orgullo de nuestros Juegos. Hay algo en que nadie, nadie, nos ganará: la ciudad, Barcelona entera, fue una fiesta”. Por lo que leo y oigo, por lo que sé e intuyo, Río no está en esa línea.

Abad solo habla en la intimidad del 92. “El nudo en la garganta apareció el día después de la clausura cuando, en el comedor de la Villa Olímpica, nos reunimos todos, cientos, voluntarios incluidos, para decirnos adiós, para celebrar que todo había ido bien. Aquel día, casi no pude hablar y, sí, la emoción fue más auténtica que la noche inaugural”. Y recuerda: “Desde que abrimos la Villa Olímpica, la ciudad fue un inmenso bulevar que hizo suyo el acontecimiento. A partir de aquel momento, y mucho antes, dejamos de estar solos y Barcelona, sus habitantes y visitantes nos ayudaron a que todo fuese de maravilla”. Recuerdo que un día, Abad me explicó que la mañana de la inauguración de los Juegos del 92 fue muy inquieta. Más cuando alguien filtró, poco antes de la ceremonia inaugural, que, entre los figurantes de La Fura dels Baus, había independentistas que tenían ganas de liarla. “Todavía recuerdo la profesionalidad, la caballerosidad, el señorío de los responsables de La Fura diciéndome, ‘por favor, Josep Miquel, somos unos profesionales. Sabemos lo que nos jugamos todos. Tranquilo’”. Ahora que leo todo lo que leo de Río 16, pienso en el exitazo de Barcelona 92, que fueron, en efecto, los mejores Juegos de la historia. “Nadie puso velas, pues todo el mundo estaba seguro de la organización y todo, todo, se había repetido y comprobado mil veces. O más”, me recuerda Abad. “Claro que, cuando se levanta el telón, cabe la posibilidad de que al cantante se le escape un gallo, por supuesto”.