SPORT&STYLE
Laia Sanz, las memorias del Dakar
Tras completar un nuevo Dakar, Laia Sanz es la protagonista del Sport&Style y analiza cómo la presión le hace crecer ante las adversidades
Carme Barceló
Le duele la clavícula. Tiene vivos aún los callos de las manos. Clava la mirada en el café y pide uno largo y cargado. Laia Sanz le da al ‘play’ de los recuerdos más cercanos y de los que dejó atrás, entre miles de kilómetros, esfuerzo y gas. Pero lo primero que me dice es que “ya pienso en el siguiente Dakar. De lo malo, saca lo que puedas. Y de lo bueno, alégrate y disfruta”. El año pasado rozó la perfección y se clasificó novena en la general, logrando el mejor puesto en la historia de una mujer. Este, por primera vez con KTM, las cosas no fueron igual pero “me siento satisfecha del resultado y ellos también están contentos con mi carrera. Cada Dakar es distinto. Llevo seis ediciones y a cada una le sumo más ganas. ¿Presión? Claro. Siempre. Y me mola. Saca lo mejor de mí misma”.
Una mujer en un mundo de hombres. Una piloto cuya fuerza mental es directamente proporcional a la que tiene en su cuerpo para anexarse 160 kilos de moto. “Algún brote machista sí que detectas pero es más del exterior que entre los compañeros -asegura- y ya me tienen muy asumida. Las bocas las cierras con el trabajo bien hecho”. La convivencia “es de coña. Muy natural. Y te digo una cosa: el Dakar es duro para todo el mundo, seas hombre y mujer. Este año, por ejemplo, me ha tocado correr con fiebre y ha sido muy heavy. Pero lo mismo le sucede a un piloto: estar tocado físicamente perjudica a unos y a otras por igual”.
Cuando por delante le quedan 800 kilómetros, Laia se motiva “poniéndome música guapa, pensando en las vacaciones que quiero disfrutar al llegar o en el último día del Dakar, el que ya sabes que después de vivirlo significa que lo has finalizado”. También visualizaba a su perra Cas –“es el diminutivo de Casilda. La pobre tiene un nombre horroroso”– y a sus gatas Pinya y Poma, todas ellas acogidas y con las que forma “un equipazo”. Se mira al espejo, café en mano, y decide que se queda el conjunto que hemos preparado para la sesión. “Así me ahorro ir de compras, no quiero perder tiempo”. Tres días después sí se perdía en Fuerteventura con su pareja. Quería otra arena sobre la que descansar.
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