Sexto sentido

Manchas indisolubles

Keylor Navas

Keylor Navas / sport

Carme Barceló

En estos momentos hay dos personas hechas polvo. Una se llama Keylor y la otra, David. Más allá de que no tienen problemas de salud ni de números rojos en sus cuentas corrientes, son dos seres con los que han jugado otros. Me consta que el del Manchester está hundido y con el móvil colapsado de llamadas, mensajes y ‘memes’ con los que nos hemos reído todos hasta el desencaje mandibular. Me consta, asimismo, que la esposa de Navas vive sin vivir en ella desde que se personó con su marido el lunes en Valdebebas esperando un traspaso que no se consumó y que vivió como un mercadeo de carne sin corazón. Más allá de que son jugadores de élite y multimillonarios de logotipo, este despropósito del ‘no’ fichaje de De Gea por el Madrid me resitúa de nuevo en la realidad del mundo del fútbol. Y es de película de Berlanga. Aquí se juega a todo menos a fútbol. El espectáculo debe continuar a pesar de todo y de todos. A Mendes nadie le va a desahuciar de su casa de La Finca ni a Van Gaal se le van a llevar los demonios. ¿Los jugadores? Imagino que los psicólogos de cabecera harán horas extras para resituarlos.

Pero algo ha sucedido, sí. Y es grave. Muy grave. Los intereses deportivos, las grandes operaciones, los intermediarios con ‘pedigree’, los presidentes galácticos y los entrenadores vengativos están muy por debajo de lo que en realidad destila con dureza este ‘affaire’: las personas. Por muy De Gea o Keylor Navas que seas, a nadie se le escapa que te han tratado como una mercancía, como un papel que se encalla en un fax o como un documento encriptado. Estos dos seres son menos importantes que 60 segundos de normativa. Un minuto frío en el que muchos se jugaban un dineral, un prestigio, una palmada en la espalda o el ridículo más grande jamás contado. Muchas cosas tienen retorno, pero la dignidad y el señorío en horas bajas son difíciles de recuperar.