Popescu: "La cárcel te ayuda a repensar todo tu universo"

Popescu, en una imagen de archivo

Popescu, en una imagen de archivo / sport

Javier Giraldo

Javier Giraldo

Jugó dos temporadas en el Barça, la última de Cruyff y la única de Robson. ¿Qué recuerdos le quedan?

Inmejorables. El primer año no fue muy bueno a nivel colectivo, pero en lo personal fue fantástico. Era la última temporada de Cruyff en el banquillo y aunque no se ganó nada, crecí mucho como jugador. Siempre he dicho que si tuviera que elegir los tres mejores entrenadores de mi carrera, el primero sería Cruyff, el segundo sería Cruyff y el tercero sería Cruyff. Luego ya vienen todos los demás. Si preguntas a otros jugadores que trabajaron con él, te dirán lo mismo. 

¿Qué tenía Cruyff que no tenían otros?

Miraba el fútbol de otra manera. Con él, todo parecía más fácil, éramos los demás quienes lo complicábamos. Él lo veía todo mucho más simple, más sencillo. Cambió la filosofía del fútbol, no solo del Barça. Y con él, uno se sentía capaz de cualquier cosa. A mí me dio una confianza increíble, me veía capaz de jugar en cualquier puesto, incluso de portero.

¿Y con Robson?

Disfruté más el primer año. Fue una buena temporada en lo colectivo, pero en lo personal, no tanto.

Una de las grandes curiosidades de su etapa en el Barça es que llegó a ser capitán.

El mayor orgullo de mi carrera fue poder llevar el brazalete de capitán del Barça. Es algo que superó todos mis sueños futbolísticos, ni siquiera lo hubiera podido imaginar, por todo lo que representa llevar ese brazalete.

¿Cómo llegó a serlo? Algunos culés aún se lo preguntan…

En mi primera temporada, después de las vacaciones de Navidad, Cruyff nos reunió y nos dijo que yo sería segundo capitán, por detrás de Bakero. Me quedé sin palabras, hasta me asusté un poco. Hasta ese momento, los capitanes eran Bakero, Amor y Guardiola.

¿Nunca le preguntó a Cruyff por qué le eligió a usted?

¡No, no! ¡No fuera a ser que se lo pensara! Al año siguiente, ya con Robson, Bakero se fue y el segundo capitán pasó a ser el primero. Así llegué a ser primer capitán. Había jugadores con más experiencia, pero me tocó a mí. Los compañeros no me dijeron nada, quizá me tenían miedo, je je.

¿Por qué se fue del Barça?

Tuve una buena propuesta del Galatasaray. Quería estar más cerca de la familia y de mi país. Se había ido Robson y cuando llegó Van Gaal, intentó convencerme de que me quedara. Estuvo dos días pendiente de mí, me reuní dos o tres veces con él. ‘Quiero que te quedes’, me decía. Yo había jugado en Holanda, en el PSV, y me insistía en que sería un jugador importante. Al día siguiente me volvió a llamar para pedírmelo, me dio unas horas de plazo, hasta las seis de la tarde, pero al final le dije que me iba.

En el Galatasaray le fue bien. 

En Turquía viví una experiencia fenomenal, los mejores años de la historia del Galatasaray: ocho títulos en cuatro años.

¿Y después?

Jugué unos meses en Italia y un año en Alemania, en el Hannover: pero ya tenía 36 años, y aunque tenía un año más de contrato, vi que había llegado el momento de abandonar porque me levantaba de la cama sin ganas de ir a entrenar. Y eso, para un futbolista, es la muerte deportiva. Para mí, ir a entrenar cada mañana ya no era un placer. Siempre lo había pensado, cuando pase una semana entera sin ganas de entrenar, lo dejo. Y así fue. Además, teníamos un entrenador demasiado exigente, que nos hacía correr mucho. Y el equipo peleaba por no descender, no había demasiado nivel. Aquello ya no era para mí.

Y volvió a su país.

Cuando me retiré, no quise saber nada más del fútbol. Me dediqué a los negocios inmobiliarios en varias ciudades de Rumania, pero la crisis de 2008 nos golpeó de lleno. Ahora nos hemos recuperado y desde 2013, vuelvo a dedicarme a la inmobiliaria. También tengo una escuela de fútbol en Craiova. 

En 2014 fue condenado a tres años de cárcel por  fraude fiscal y blanqueo de capitales en el traspaso de jugadores rumanos al extranjero. ¿Qué pasó realmente?

Fue complicado. Pero no me gusta hablar de eso porque no quiero hablar mal de mi país. En Rumania solemos decir que lo que no te mata te hace más fuerte, y con eso me quedo. Si antes ya era un tipo fuerte, imagínate ahora, ¡mucho más! 

Tiene la sensación haber sido un cabeza de turco…

Fueron injustos conmigo, eso está claro. Fue difícil, pero intenté tomármelo lo mejor posible, casi como si fuera una broma de mal gusto. 

Al final, solo cumplió un año y medio de prisión. Le rebajaron la pena gracias a los libros que escribió.

Sí, sobre mis planes para ser presidente de la Federación rumana de fútbol. Pero todo ese tiempo ya nadie me lo podrá devolver. Nadie tiene la capacidad de volver atrás en el tiempo y ahorrarme todo eso.

¿Y su familia? ¿Cómo se lo tomó?

Lo sufrió, pero siempre estuvo a mi lado, con paciencia. Lo peor de todo fue que mi padre no lo pudo soportar y dos meses después, falleció de un ataque al corazón. A él tampoco lo recuperaré nunca.

¿Qué aprendió?

La cárcel te ayuda a repensar todo tu universo, a revisar tus prioridades, a pensar en cierta gente, tanto para bien como para mal.

¿Sigue aspirando a ser presidente de la Federación?

No, no. Perdí la ilusión. Habíamos montado un equipo muy interesante de ex jugadores, con Hagi, Stelea, Dumitrescu, Prodan, que falleció hace poco. No voy a estar esperando toda la vida a que llegue la oportunidad.