De flaco a flaco

César Luis Menotti y Johan Cruyff, en una imagen tomada en el Camp Nou

César Luis Menotti y Johan Cruyff, en una imagen tomada en el Camp Nou / sport

César L. Menotti

César L. Menotti

Si no me lo dicen, no me entero que Johan Cruyff ya no está entre nosotros. Todavía lo siento cercano. Me cuesta hablar de Johan en pasado. Para mí es presente. Es (debo decir era) un personaje muy especial. Para muchos puede que lo recuerden por su carácter jodido. Pero conmigo siempre fue un tipo tierno, dulce.

Lo que más destaco son sus profundas convicciones, su autoexigencia, el valor que le deba a los jugadores (insisto me cuesta hablar en pasado de Johan). Me impresionaba como siendo entrenador incentivaba a sus jugadores a asumir riesgos. Fue muy valiente. Admiré siempre su compromiso con el juego.  

Como futbolista es uno de los Cuatro Reyes con Di Stéfano, Pelé, y Maradona. Fue el líder de un fútbol que se impuso en el mundo. No solo como jugador sino también como entrenador. Esto es muy complicado. Poder estar al mismo nivel como entrenador que como jugador. 

Entender a Cruyff

No se rendía jamás al protagonismo de su idea. Hoy en día es muy difícil entender o explicar a los que no lo vieron cómo jugaba Cruyff. Era mágico. Además, es difícil encontrar un paralelismo suyo en el fútbol actual porque no existe. Johan jugaba para la gente, no para él. Tenía una generosidad única con sus compañeros. Y un despliegue… era muy valiente en la cancha. Y un coraje que llevó hasta el último día de su vida.

Cruyff le dio una vuelta a muchos conceptos futbolísticos en diferentes etapas de su vida, como futbolista y como entrenador. Entre las cosas que inventó fueron los cambios de ritmo. Era un futbolista que pasaba de cero a cien en un momento. Caminaba con la pelota y luego aceleraba dejando atrás a sus rivales, unos rivales que le tenían tanto respeto que muchas veces no se animaban a acercársele, a arrimársele, a morderle. Ejercía un gran liderzago con la palabra y con la acción. 

Su carrera estuvo marcada, también, por algunos enfrentamientos que tuvo con el mundo que le rodeaba. No era de esos que quieren pasar de puntillas. Tuvo enfrentamientos siempre defendiendo su verdad a ultranza. Tenía una gran personalidad. No se arrodillaba ante ningún poder. Yo lo admiraba como jugador. Y mi admiración se acrecentó por su compromiso para defender su idea. Demasiadas veces fue muy maltratado. Luchó todo para todos.

Y me sentía emparentado con esta idea rebelde: se rebeló contra el franquismo, la prensa, el poder económico, el presidente de turno, el mandatario, el jugador o el auxiliar. Solo se rendía ante el conocimiento. Cuando entrabas a conversar con Johan, él escuchaba. Quería aprender. No discutía vanidades, discutía fútbol desde una concepción muy profunda de su sentir, por su amor al juego. 

Mi relación con él

Tuve una relación afectiva con Johan Cruyff que se forjó cuando yo entrenaba a la selección argentina y él jugaba para Holanda. Viajé para verlos en la eliminatoria cuando se enfrentó a Bélgica por la clasificación al Mundial de Argentina 78. Y me hizo feliz que me dijera que no venía porque hubiera sido muy difícil ganarles con Johan en el equipo. Lo digo en broma.

Tuvo una crisis muy grande cuando sucedió lo del secuestro en su casa. Él estaba pensando en dejar el fútbol. Ya no quería jugar en la alta competición. Yo siempre quise invitarlo para que viniera a Argentina. Y él, que admiraba mucho el fútbol argentino, siempre me decía que sí, pero nunca coincidían nuestros tiempos. Estuvimos muy cerca de que viniera a casa. “¿Qué tienes preparado para mí Flaco?”, me decía. Y yo le respondía: “Una casa hermosa, mi casa, junto a un campo de golf. Y hacemos una charla ahí, con unos amigos, para hablar de vos, de fútbol”. En el último Mundial me dijo: “Me parece que me voy a morir y no me vas a llevar a Argentina”. Las cosas fueron así. 

Como entrenador, destaco una gran virtud. Él le quitaba defectos a los jugadores y les aportaba virtudes: Julio Salinas, Eusebio, Stoichkov, Laudrup. Buscaba jugadores para su idea. A mí no me parecían un fenómeno Laudrup cuando lo trajo, o Bakero. Y sin embargo me tapó la boca. Los transformó en cracks. 

A veces debatíamos sobre el pressing. Pero generalmente había coincidencias. En el fondo estábamos muy convencidos. No podíamos jugar al fútbol en una cancha de 7.000 metros sin cubrir espacios. Lo que no se podía hacer siempre era llevar adelante la presión del Ajax o de la selección: presión y un juego exquisito.  

Extraño esas charlas en su casa hasta cualquier hora. Me resisto a pensar que ya no está entre nosotros. Quiero pensar que está por aquí, entre nosotros. Mostrándonos el camino de un fútbol mejor, porque su legado lo trasciende. 

Para mí no murió. Como los músicos. Como Osvaldo Pugliese (una leyenda del tango). Fue tan grande y su obra tan compleja. Le dio tanto al fútbol que trato de pensar que hay un poco de Johan en el fútbol en el que creemos. Hay un poco de Johan en el Barcelona, otro tanto en el fútbol que intenta Guardiola. No están, pero siempre en las mesas aparece Cruyff.

Su personalidad y el bien que le ha hecho al fútbol y le hace este tipo de apariciones lo trasciende. Cruyff jerarquizaba la profesión de entrenador porque se hizo respetar. Se rebelaba a lo establecido con causas. Hay… el Flaco además tenía una ternura. Y a la vez un gran sentido del humor. Tenía chistes….

Un ejemplo

Un día yo voy a saludarlo a Barcelona y pasa Guardiola, que era entonces uno de sus futbolistas. Y me dice para que Pep lo escuche: “¿Cómo vamos a ganar la Liga? ¡Mira las piernas que tiene!”. Era muy gracioso. Y muy comprometido con plantearse y exigir que los jugadores intensifiquen en cada momento de su vida su relación con el público. Porque el escenario lo sostienen los artistas, en este caso los futbolistas y el público.

La Scala de Milán es la Scala por los músicos que pasaron por ahí. El Camp Nou, como la Scala, es el conjunto entre el fútbol de élite que se juega allí, que practican sus futbolistas y la pasión por el fútbol del público catalán. El jugador tiene que estar habituado a sentirla. Lamentó que el público en Argentina ya no respeta el escenario ni a los futbolistas. En una cancha de fútbol uno no puede ser agresivo. Puede ser burlón, divertido. No irrespetuoso. Por eso, me gusta tanto ir al Camp Nou.