LA MIRILLA

El Madrid, con los pañales puestos

Albert Masnou

Pep Guardiola estaba con la mosca detrás de la oreja y especialmente inquieto antes del partido contra el Getafe. Razones tenía. Ha vivido en primera persona demasiados días como el de ayer en el que la euforia se apodera del barcelonismo y entonces, al llegar el partido, al caer la noche, el equipo comete uno de esos errores tan típicos que le cuestan una Liga. Siendo joven, Guardiola también sabe por viejo. Esta película la ha visto muchas veces. Es una ventaja disponer de un entrenador conocedor de la casa mejor que el propio Avi del Barça. Sabe las virtudes y los defectos de la gente que le rodea sin que nadie deba explicárselos y actúa en consecuencia. Sólo así se entiende su pesimista rueda de prensa en la previa al partido contra el Getafe, sus declaraciones de “menos reír y más correr” y de la reprimenda en el vestuario a sus jugadores por trascender las imágenes de la fiesta en casa de Abidal la tarde después de que el Madrid pinchara y se quedará a cuatro puntos. Precavido y sabio, Guardiola aleccionó a todos (en público a la afición y en privado a los jugadores) para volver a acertar. Para volver a poner al Barça en el redil. Para sacar al equipo de la piscina.

El equipo no tardó más de un cuarto de hora en darle la razón porque supo desde el primer minuto a lo que se enfrentaba. Estaba avisado: a un rival cuyo entrenador siempre le pone contra las cuerdas y a un ambiente festivo muy traidor.

Antes de llegar al cuarto de hora, el Barça ya mandaba en el marcador y antes del descanso ya había sentenciado el partido. Fue así como, con este golpe de genio de su entrenador, el Barça se colocó a un punto de diferencia con respecto al Madrid, metiendo presión al que ha sido el líder durante las últimas 17 jornadas. Fue precisamente tras el clásico de la primera vuelta la última vez que ambos equipos estuvieron juntintos en la clasificación.

A partir de allí, el Madrid fue marcando terreno hasta irse a un máximo de diez puntos pero apareció la primavera y la euforia blanca. En las últimas cinco jornadas ha ido disminuyendo la diferencia hasta hoy, que nos encontramos a uno solo, con un Barça en estado de gracia tras sumar diez victorias consecutivas en la Liga y con un Madrid desquiciado y muerto de miedo al ver la apisonadora que le viene encima.

Los papeles están cambiando en esta fase decisiva de la temporada y el campeón de Liga acabará siendo el que más fútbol exhiba y el que más fortaleza mental demuestre. Dos condicionantes claves porque, a estas alturas, además de estar fino hay que ser valiente. Y el Barça lo afronta en un remanso de paz mientras que en la capital el terremoto puede tener consecuencias incalculables. Perder otra Liga que tenía en la mano.

El Barça está a un paso de la hombrada, de atrapar a un Madrid que parecía infalible, de otro mundo. Solo cuando ha ofrecido su mejor versión ha podido alcanzarle en la clasificación. Decíamos que las consecuencias pueden ser incalculables porque venimos de cuatro temporadas en las que el Barça ha sumado trece títulos de los dieciséis disputados. De los tres que se han escapado, solo uno ha sido para el Madrid de Florentino Pérez que ahora teme incluso al Atlético de Madrid, un equipo al que despreciaba y que bate por norma. Hace doce años, veintidós partidos, que no se recuerda una victoria colchonera con lo que el clásico, a priori, no es un partido que tenga atravesado. La última victoria se remonta al siglo pasado, al 30 de octubre de 1999.

Hoy es un día clave en la competición, pero no el último. Al Madrid le quedan seis partidos, a parte del clásico, que deberá afrontarlos con el temor de quien va a detrás acelera a una velocidad superior, que no tiene miedo y que el paso de los años no le ha hecho perder el hambre sino que le ha aumentado la confianza para devorar a presas de mayor envergadura.