Orgullo, alivio y fe como forma de vida

Rice se sumó en el homenaje del Palau a Renfroe por su gran actuación

Rice se sumó en el homenaje del Palau a Renfroe por su gran actuación / JAVI FERRANDIZ

Sergio Vera

Sergio Vera

Empapado en sudor, casi en trance después de 40 intensos minutos que bien podían haber sido los últimos de la temporada, <strong>Bartzokas </strong>respiró tranquilo. Fueron 10 segundos en los que se acercó tras el bocinazo final a besar a su hija pequeña en la mejilla entre la satisfacción y el alivio que produce sentir la misión cumplida. Al menos esta. “El equipo mostró que tiene orgullo”, diría a Movistar Plus segundos más tarde. 

El día en el que todo parecía abocado a poner el punto y final a un curso para olvidar, el equipo mutó por completo la deprimiente cara que mostró hace seis días en Valencia para seguir avanzando una vez más sobre el alambre tratando de sobreponerse a todos y cada uno de los obstáculos que van apareciendo de forma incesante por el camino. El último, la posible lesión de Diagné.Con Joan Bladé, Nacho Rodríguez, Rodrigo de La Fuente, Manolo Flores y Juan Llaneza presentes y sin haber fichado a ningún interior para afrontar el Playoff, Tomic se queda como único center antes de una nueva final. La realidad golpea. “Veremos si Moussa puede jugar, sino a lo mejor puede hacerlo Rodrigo que está en forma”, dijo un Bartzokas que ya no sabe si reír o llorar.

Dicen que la dignidad es lo último que se pierde y, esta vez, el equipo se aferró a la vida haciendo bueno el discuros de la unión y apelando a la energía. El lenguaje corporal del equipo poco tuvo que ver con el mostrado en Valencia y con el viento soplando a favor, todo fue más fácil. Remar a contracorriente sigue siendo una asignatura pendiente.

Rebelarse ante la adversidad era la única opción para seguir vivos o caer con dignidad. Y ahí <strong>Renfroe</strong> ejemplificó lo que fue el Barça Lassa ante el Valencia. Jugar como si fuera el último partido esta vez sirvió de algo. Como mínimo para premiar la fe de los 4.036 irreductibles que vistieron las gradas de un desangelado Palau que trató de empujar a los suyos como buenamente pudo y acabó disfrutando de uno de los mejores partidos del curso. 

Paradojas de la vida porque al final ese es el resumen de la temporada. Victoria al margen, dirigentes y entorno deberían reflexionar por qué en un día en el que el equipo se jugaba la vida para poder seguir aspirando a su último título en juego y haciéndolo en casa, el Palau no presentaba ese aspecto entre la magia y la mística de las grandes ocasiones. Seguramente esa sea una de las grandes derrotas de la temporada de este Barça de la que todos deben hacer seria autocrítica. Eso será cuando acabe la temporada, de momento, y como dijo Navarro en la previa: “Todavía no estamos muertos”.